La de Bringas

Library of Alexandria · Con narración por IA de Sonia (de Google)
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Era aquello... Àc—mo lo dirŽ yo?... un gallardo artificio sepulcral de atrevid’sima arquitectura, grandioso de traza, en ornamentos rico, por una parte severo y rectil’neo a la manera vi–olesca, por otra movido, ondulante y quebradizo a la usanza g—tica, con ciertos atisbos platerescos donde menos se pensaba; y por fin crester’as semejantes a las del estilo tirolŽs que prevalece en los kioskos. Ten’a piramidal escalinata, z—calos greco-romanos, y luego machones y paramentos ojivales, con pin‡culos, g‡rgolas y doseletes. Por arriba y por abajo, a izquierda y derecha, cantidad de antorchas, urnas, murciŽlagos, ‡nforas, bœhos, coronas de siemprevivas, aladas clepsidras, guada–as, palmas, anguilas enroscadas y otros emblemas del morir y del vivir eterno. Estos objetos se encaramaban unos sobre otros, cual si se disputasen, pulgada a pulgada, el sitio que hab’an de ocupar. En el centro del mausoleo, un angel—n de buen tallo y mejores carnes se inclinaba sobra una l‡pida, en actitud atribulada y luctuosa, tap‡ndose los ojos con la mano como avergonzado de llorar; de cuya vergŸenza se pod’a colegir que era var—n. Ten’a este caballerito ala y media de rizadas y fin’simas plumas, que le ca’an por la trasera con desmayada gentileza, y calzaba sus pies de mujer con botitos, coturnos o alpargatas; que de todo hab’a un poco en aquella elegant’sima interpretaci—n de la zapater’a angelical. Por la cabeza le corr’a una como guirnalda con cintas, que se enredaban despuŽs en su brazo derecho. Si a primera vista se pod’a sospechar que el tal gimoteaba por la molestia de llevar tanta cosa sobre s’, alas, flores, cintajos, y plumas, amŽn de un relojito de arena, bien pronto se ca’a en la cuenta de que el motivo de su duelo era la triste memoria de las virginales criaturas encerradas dentro del sarc—fago. Publicaban desconsoladamente sus nombres diversas letras compungidas, de cuyos trazos inferiores sal’an unos lagrimones que figuraban resbalar por el m‡rmol al modo de babas escurridizas. Por tal modo de expresi—n las afligidas letras contribu’an al melanc—lico efecto del monumento.

Pero lo m‡s bonito era quiz‡s el sauce, ese arbolito sentimental que de antiguo nombran llor—n, y que desde la llegada de la Ret—rica al mundo viene teniendo una participaci—n m‡s o menos criminal en toda eleg’a que se comete. Su ondulado tronco elev‡base junto al cenotafio, y de las altas esparcidas ramas ca’a la lluvia, de hojitas tenues, desmayadas, agonizantes. Daban ganas de hacerle oler algœn fuerte alcaloide para que se despabilase y volviera en s’ de su poŽtico s’ncope. El tal sauce era irremplazable en una Žpoca en que aœn no se hac’a le–a de los ‡rboles del romanticismo. El suelo estaba sembrado de graciosas plantas y flores, que se ergu’an sobre tallos de diversos tama–os. Hab’a margaritas, pensamientos, pasionarias, girasoles, lirios y tulipanes enormes, todos respetuosamente inclinados en se–al de tristeza... El fondo o perspectiva consist’a en el progresivo alejamiento de otros sauces de menos talla, que se iban a llorar a moco y baba camino del horizonte. M‡s all‡ ve’anse suaves contornos de monta–as, que ondulaban cayŽndose como si estuvieran bebidas; luego hab’a un poco de mar, otro poco de r’o, el confuso perfil de una ciudad con g—ticas torres y almenas; y arriba, en el espacio destinado al cielo, una oblea que deb’a de ser la Luna a juzgar por los blancos reflejos de ella que esmaltaban las aguas y los montes.

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