Platero y yo

· Library of Alexandria · Con narración por IA de Sonia (de Google)
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PLATERO es peque–o, peludo, suave; tan blando por fuera, que se dir’a todo de algod—n, que no lleva huesos. S—lo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.

Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, roz‡ndolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: "ÀPlatero?", y viene ‡ m’ con un trotecillo alegre que parece que se r’e, en no sŽ quŽ cascabeleo ideal...

Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ‡mbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel...

Es tierno y mimoso igual que un ni–o, que una ni–a...; pero fuerte y seco como de piedra. Cuando paso, sobre Žl, los domingos, por las œltimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mir‡ndolo:

ÑTiene acero...

Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.

LA cumbre. Ah’ est‡ el ocaso, todo empurpurado, herido por sus propios cristales, que le hacen sangre por doquiera. A su esplendor, el pinar verde se agria, vagamente enrojecido; y las hierbas y las florecillas, encendidas y transparentes, embalsaman el instante sereno de una esencia mojada, penetrante y luminosa.

Yo me quedo extasiado en el crepœsculo. Platero, granas de ocaso sus ojos negros, se va, manso, ‡ un charco de aguas de carm’n, de rosa, de violeta; hunde suavemente su boca en los espejos, que parece que se hacen l’quidos al tocarlos Žl; y hay por su enorme garganta como un pasar profuso de umbr’as aguas de sangre.

El paraje es conocido, pero el momento lo trastorna y lo hace extra–o, ruinoso y monumental. Se dijera, ‡ cada instante, que vamos ‡ descubrir un palacio abandonado... La tarde se prolonga m‡s all‡ de s’ misma, y la hora, contagiada de eternidad, es infinita; pac’fica, insondable.

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