QUIERO contar la historia puntual de un episodio de mi vida que no deja de ofrecer algn inters; aunque mi impericia en el arte de escribir quiz llegue a quitrselo. Los sucesos que voy a confiar al papel son tan recientes, que el eco de sus vibraciones an no se ha apagado en mi alma. Esto har seguramente ms confusa la narracin. No han tenido tiempo a depositarse los sedimentos y no es fcil sumergir en esta poca importante de mi vida la mirada y distinguir lo que debe tomarse y dejarse para hacer comprensivas y gratas estas confidencias. Pero, en cambio, palpitar en ellas la verdad, y a su mgico influjo tal vez se disipen y se borren las infinitas manchas que mi pluma habr dejado caer.
Ante todo, es bien que os informe de quin soy, cul es mi patria y mi condicin. Estadme atentos.
Confieso que soy gallego, del rin mismo de Galicia, pues que nac en un pueblecillo de la provincia de Orense, llamado Bollo. Mi padre, boticario de este pueblo, no tiene ms hijo que yo, y ha labrado para m una fortuna que, si en Madrid significa poco, en Bollo nos constituye casi en potentados. Curs la segunda enseanza en Orense, y la facultad de medicina en Santiago. Mi padre hubiera deseado que fuese farmacutico, pero nunca tuve aficin a machacar y envolver drogas. Adems, en el instituto de Orense observ que mis compaeros tenan por ms noble ejercicio el de la medicina, y esto me decidi enteramente a desviarme de la profesin de mi padre. As que hube terminado la carrera, solicit y obtuve de l, no sin algn trabajo, la venia para cursar el ao del doctorado en Madrid, y a la Corte me vine, donde en vez de dar consistencia a mis conocimientos, no muy seguros por cierto, en las ciencias mdicas, perd bastante tiempo en los cafs, y lo que es an peor, contraje la funesta mana de la literatura. Quiso mi suerte que fuese a dar con mis huesos a una casa de huspedes donde alojaba tambin un autor dramtico al por menor, esto es, de los que fabrican piezas para los teatros por horas, el cual me comunic al punto su inmensa veneracin por el arte de recrear al pblico durante tres cuartos de hora, y un desprecio profundo por todo lo que respetaba y pona sobre la cabeza anteriormente, por las ciencias exactas y naturales y por los hombres que las profesaban. Collantes, que as se llamaba el poeta, sonrea, no ya con desprecio, sino con verdadera lstima, cuando le hablaba de mis sabios maestros de Santiago, y hasta una vez tuvo la crueldad de tirarme de la lengua en el caf delante de otros compaeros, literatos tambin, para que desahogase mi entusiasmo por Tejeiro y otros que a m me parecan eminentes profesores. Dejronme hablar cuanto quise, y cuando ms acalorado estaba en el panegrico, soltaron a rer como locos, con lo cual qued fuertemente avergonzado y confuso. Despus que se hartaron de rer, pasaron a tratar de sus asuntos de teatro, pero todava al despedirse me dijo uno de ellos: ÇAdis, Sanjurjo, hasta la vista; otro da hablaremos con ms espacio del Sr. TejeiroÈ, lo que hizo estallar de nuevo en carcajadas a sus amigos. La broma lleg al punto de que cuantas veces me encontraban en la calle, nunca dejaban de preguntarme por la salud de Tejeiro; y esto dur algunos meses.