Si deseamos pensar bien, hemos de procurar conocer la verdad, es decir la realidad de las cosas. ÀDe qu sirve discurrir con sutileza, con profundidad aparente, si el pensamiento no est conforme con la realidad? Un sencillo labrador, un modesto artesano, que conocen bien los objetos de su profesion, piensan y hablan mejor sobre ellos que un presuntuoso filsofo que en encumbrados conceptos y altisonantes palabras quiere darles lecciones sobre lo que no entiende.
A veces conocemos la verdad, pero de un modo grosero; la realidad no se presenta nuestros ojos tal como es, sino con alguna falta, aadidura mudanza. Si desfila cierta distancia una coluna de hombres, de tal manera que veamos brillar los fusiles pero sin distinguir los trajes, sabemos que hay gente armada, pero ignoramos si es de paisanos, de tropa de algun otro cuerpo; el conocimiento es imperfecto, porque nos falta distinguir el uniforme para saber la pertenencia. Mas si por la distancia otro motivo nos equivocamos, y les atribuimos una prenda de vestuario que no llevan, el conocimiento ser imperfecto, porque aadiremos lo que en realidad no hay. Por fin, si tomamos una cosa por otra, como por ejemplo, si creemos que son blancas unas vueltas que en realidad son amarillas, mudamos lo que hay, pues hacemos de ella una cosa diferente.
Cuando conocemos perfectamente la verdad, nuestro entendimiento se parece un espejo en el cual vemos retratados con toda fidelidad los objetos como son en s; cuando caemos en error, se asemeja uno de aquellos vidrios de ilusion que nos presentan lo que realmente no existe; pero cuando conocemos la verdad medias, podria compararse un espejo mal azogado, colocado en tal disposicion que si bien nos muestra objetos reales, sin embargo nos los ofrece demudados alterando los tamaos y figuras.