Contemplar lo Divino nos lleva a reflexionar sobre la capacidad humana de comprender lo que trasciende nuestra realidad. Al acercarnos al Infinito, debemos hacerlo con la inocencia de los niños, reconociendo nuestras limitaciones. A menudo, nuestra percepción se ve oscurecida por el materialismo y la fragilidad del lenguaje, que no logra captar la grandeza de la esencia divina.

La naturaleza de Dios, descrita como Amor y Sabiduría, se ve a menudo distorsionada por conceptos que lo humanizan, como Soberano y Juez, reflejando más los defectos humanos que su verdadera naturaleza. Estas visiones distorsionadas, alimentadas por sistemas teológicos, generan una comprensión de Dios que inspira miedo y distancia.

Sin embargo, en las tradiciones espirituales se ofrece una comprensión de Dios más amorosa y paternal, que promueve una conexión más estable entre nuestra salud mental y física y la forma en que percibimos la Divinidad. Comprender a Dios va más allá de la lógica y los rituales; requiere una experiencia espiritual que disuelva la idolatría de los logros materiales. La necesidad de redefinir a Dios como Espíritu y fuente de vida es urgente para sanar las distorsiones que persisten en las mentes humanas.

El antropomorfismo en la concepción de Dios limita nuestra visión del Ser Infinito, haciéndolo finito e inadecuado. El verdadero culto debe hacerse «en espíritu y en verdad», y no debemos atribuir a Dios los dolores y sufrimientos del mundo, pues Él es el bien absoluto. La verdadera comprensión espiritual nos lleva a ver la realidad y a reconocer que somos seres esencialmente espirituales. A través de la unidad con lo Divino, nos liberamos de las limitaciones materiales, experimentando el amor y la plenitud de Dios.

La naturaleza se revela como una manifestación de lo Divino, y observar el mundo sólo como materia nos hace perder su esencia espiritual. La ciencia, centrada en las leyes físicas, ignora esta conexión vital. Para una verdadera comprensión, la naturaleza y el espíritu deben verse como una unidad. De este modo, la belleza y la armonía naturales se convierten en reflejos de la esencia divina.

La vida ordinaria contrasta con la búsqueda de la elevación espiritual que se manifiesta en pensamientos elevados. Al igual que la naturaleza ofrece lecciones de transformación y resurrección, también se nos invita a trascender las ilusiones sensoriales y a conectar con el mundo divino. Comprender la encarnación divina es una respuesta a la búsqueda humana de un vínculo con lo espiritual, un estímulo para transformar la religiosidad superficial en una experiencia concreta de amor y conexión.

Lo que vemos como real es a menudo una ilusión; la verdadera vida emana de nuestra conexión con lo Divino, que reside en nuestro interior. La transformación espiritual requiere reconocer esta esencia y superar las limitaciones impuestas por el ego. El Amor es la única Ley universal, y la evolución espiritual culmina en la comprensión de que «Dios es Amor», unificando todas las experiencias de la vida.

El progreso espiritual no es automático, sino el resultado de una aspiración sincera. La vida consciente se basa en las relaciones humanas y, al servir a los demás, revelamos nuestra verdadera esencia. La auténtica vida espiritual es una manifestación continua de amor y servicio, que trasciende las normas sociales y revela la interconexión entre todos nosotros. En este camino, las divisiones entre el bien y el mal son superadas por el amor, y todo el mundo está llamado a abrazar la unidad.

A.R.Ribeiro.

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