Desde una perspectiva estoica, el equilibrio emocional no significa la ausencia de emociones, sino más bien la capacidad de gestionarlas de manera virtuosa y racional, evitando que nos dominen o nos causen sufrimiento. Se trata de cultivar la serenidad y la autodisciplina para responder a los eventos de la vida con sabiduría y virtud, en lugar de reaccionar impulsivamente.