La vida nos ofrece un vasto espacio para el aprendizaje y la transformación, pero a menudo nos encontramos atrapados en una lucha constante contra el flujo natural de las cosas. El trabajo, el sueño, las relaciones e incluso nuestra salud pueden convertirse en fuentes de cansancio y frustración cuando no los vivimos de acuerdo con la armonía que nos es natural.
A menudo, lo que nos agota no es lo que hacemos, sino cómo lo hacemos. La tensión, el esfuerzo excesivo y la rigidez con que abordamos las tareas cotidianas crean barreras que nos alejan de la ligereza y la eficacia. Al aprender a actuar con más suavidad, la mente se calma y el cuerpo se recupera, aportando la sensación de renovación que la vida tanto necesita.
Esta ligereza no se limita al trabajo o al descanso, sino que se extiende a la forma en que afrontamos las adversidades de la vida. La resistencia constante a situaciones inevitables genera más sufrimiento que alivio. Afrontar el dolor, el miedo, el insomnio o el malestar con aceptación y sin resistencia nos permite fluir con el proceso natural de curación y recuperación. La libertad que deseamos comienza cuando dejamos de luchar contra lo que no podemos controlar y empezamos a abrazar lo que la vida nos trae, sin miedo ni resistencia.
Sin embargo, el camino hacia esta libertad no es sencillo. La excesiva conciencia de uno mismo y la incesante búsqueda de complacer a los demás a menudo nos atrapan en una prisión mental que nos impide vivir plenamente. Para salir de esta prisión, tenemos que abandonar el egoísmo y la necesidad constante de validación externa. La independencia de ser lo que elegimos es una danza entre la autonomía y la capacidad de interactuar armoniosamente con los demás, sin perdernos en el orgullo o la inseguridad.
En nuestras relaciones, la libertad de ser se revela cuando aceptamos a la otra persona tal como es, sin resistirnos a su comportamiento ni cargarnos con expectativas poco realistas. Esta aceptación no es pasividad, sino una actitud de comprensión ampliada, que nos permite actuar con sabiduría y compasión, incluso ante comportamientos difíciles.
Por último, debemos comprender y darnos cuenta de que la libertad interior no es un estado pasivo, sino una voluntad activa de aceptar lo que no podemos cambiar y de actuar con claridad cuando tenemos la capacidad de cambiar. Aprendiendo a liberarnos de tensiones internas, miedos, expectativas y resistencias, nos volvemos más eficaces, más en paz y más conectados con la esencia de lo que es realmente importante.
A.R.Ribeiro.
Biblioteca del Nuevo Pensamiento